MARION Y STEFANIA
(De la serie de cuentos cortos)
(De la serie de cuentos cortos)
Del vientre de un cerezo nace Stefania, esbelta, de ojos profundamente azules y cabello tan negro como el carbón.
Al ser testigo de su nacimiento quedo infinitamente unido a ella. Esa unión iba más allá de mi razón y de mi fortaleza espiritual. Ahora me asqueaba la poesía, aborrecía la música, todo arte me parecía insulso ante tan asombroso hallazgo; parecería que el Todopoderoso me obsequiaba la inminencia de la vida terrenal que antes rechazaba por un absurdo paraíso inexistente.
Stefania me sonreía, ¿o era al mundo al que le ofrecía tan grato halago? Sus ojos penetraban en mi mirada triste, que se volvía mas triste conforme más la idolatraba y la amaba. Me parecía ver a la muerte sucumbir ante el filo de la espada de la vida; pero la muerte no se daba por vencida, de su cuerpo inerte nacían dos muertes, más astutas y horribles que la primera. En ese momento comprendí la pasión del profeta, que al conocer el amor prefirió ser martirizado y entregarse a la muerte, no para salvar a un pueblo, pero si por una mujer; una mujer que para él valía más que todos los dioses juntos del universo, y con la muerte salvar el nombre de su amada.
Al despertar y sentir los rayos del sol sobre mi cara, de un salto salgo de la cama e inmediatamente asomo la mitad del cuerpo por la ventana. Veo salir de las entrañas de una casa a Stefania con sus ojos azules, su cabello negro alborotado, regando el cerezo de su jardín y regalándome una sonrisa.
Tendida sobre la playa, Marion me mira fijamente, ojos de un tono verde miel, su cabello corto, rizado color castaño y su cuerpo dorado por el sol, me invita a amarla, a desearla logrando que Stefania sea sólo un recuerdo, un hermoso y vago recuerdo. Toda la belleza del mundo es superflua al contemplar a Marion que no despega sus ojos de los míos y el semblante de mi rostro se ensombrece y mi corazón se sacude, se desespera de tanto amor que surge de mí. Quiero gritar que la amo que no se vaya de mí…
Al regresar a la habitación veo a Marion despertar me mira, sonríe fatigada, satisfecha por la pasión que me entrego unas horas antes pero el recuerdo de Stefania regresa y una ansia enloquecedora me anima a salir de casa y buscarla, regresarle la sonrisa que me obsequio sin demora con la intensión de entregarse a mi con el mismo amor que siento por ella, pero Marion, también la amo, pero Stefania, Marion, Stefania y Marion…
Suspiro, el terrible dolor de muelas regresa. Escucho mi nombre, me levanto y dejo la Cosmopolitan sobre la mesa.
Al ser testigo de su nacimiento quedo infinitamente unido a ella. Esa unión iba más allá de mi razón y de mi fortaleza espiritual. Ahora me asqueaba la poesía, aborrecía la música, todo arte me parecía insulso ante tan asombroso hallazgo; parecería que el Todopoderoso me obsequiaba la inminencia de la vida terrenal que antes rechazaba por un absurdo paraíso inexistente.
Stefania me sonreía, ¿o era al mundo al que le ofrecía tan grato halago? Sus ojos penetraban en mi mirada triste, que se volvía mas triste conforme más la idolatraba y la amaba. Me parecía ver a la muerte sucumbir ante el filo de la espada de la vida; pero la muerte no se daba por vencida, de su cuerpo inerte nacían dos muertes, más astutas y horribles que la primera. En ese momento comprendí la pasión del profeta, que al conocer el amor prefirió ser martirizado y entregarse a la muerte, no para salvar a un pueblo, pero si por una mujer; una mujer que para él valía más que todos los dioses juntos del universo, y con la muerte salvar el nombre de su amada.
Al despertar y sentir los rayos del sol sobre mi cara, de un salto salgo de la cama e inmediatamente asomo la mitad del cuerpo por la ventana. Veo salir de las entrañas de una casa a Stefania con sus ojos azules, su cabello negro alborotado, regando el cerezo de su jardín y regalándome una sonrisa.
Tendida sobre la playa, Marion me mira fijamente, ojos de un tono verde miel, su cabello corto, rizado color castaño y su cuerpo dorado por el sol, me invita a amarla, a desearla logrando que Stefania sea sólo un recuerdo, un hermoso y vago recuerdo. Toda la belleza del mundo es superflua al contemplar a Marion que no despega sus ojos de los míos y el semblante de mi rostro se ensombrece y mi corazón se sacude, se desespera de tanto amor que surge de mí. Quiero gritar que la amo que no se vaya de mí…
Al regresar a la habitación veo a Marion despertar me mira, sonríe fatigada, satisfecha por la pasión que me entrego unas horas antes pero el recuerdo de Stefania regresa y una ansia enloquecedora me anima a salir de casa y buscarla, regresarle la sonrisa que me obsequio sin demora con la intensión de entregarse a mi con el mismo amor que siento por ella, pero Marion, también la amo, pero Stefania, Marion, Stefania y Marion…
Suspiro, el terrible dolor de muelas regresa. Escucho mi nombre, me levanto y dejo la Cosmopolitan sobre la mesa.
Daniel Chain B.
No hay comentarios:
Publicar un comentario