Junio 2011, 3er aniversario

Cuando uno crece comienza a preguntarse qué es lo que está haciendo, si lo que hace está bien o está mal, a dónde nos llevan esas decisiones y sobre todo, si estamos a gusto con ellas.

La motivación llega con los resultados. El Muro cumple este mes de Junio de 2011 su tercer aniversario, y nos sentimos sumamente contentas de poder decir que, cada edición es un espejo de nuestros deseos y de nuestros corazones. Cada hoja es fiel a nosotras mismas.

A lo largo de estos tres años hemos enfrentado retos de verdad importantes, también disfrutamos de nuestros triunfos, pero, lo más delicioso es poder conocer y compartir este espacio con gente tan apasionada como nosotras.

Nuestros lectores y colaboradores alimentan a esta publicación y a sus humildes soñadoras que siempre buscan hacer lo mejor para ustedes.

En esta ocasión, no solamente presentamos nuestra fabulosa portada de “gala”, elaborada artesanalmente por las soñadoras y nuestros diseñadores, también nos permitimos presentar, en esta primer hoja, una verdad muy especial… la verdad de ser escritores y seres humanos… en boca de uno de nuestros colaboradores:

Reflexión Primera:
No sé si mis versos formen un poema, y si realmente mis poemas tengan poesía. Yo le escribo al amor en cualquiera de las formas concebidas por el Hombre. Le escribo a la mujer en su grandeza cósmica, madre de todo ser pensante sobre La Tierra.

Escribo para mitigar la cruda antipatía a la vida, y recuperar la luz del sol en mis ojos. Escribo porque para mí, no hay mejor manera de aprender a llorar de alegría.


- Daniel Cadena B.

Soñadoras, colaboradores, lectores… amigos… Muchas gracias por todo el apoyo, desde el fondo de nuestros corazones.

Bienvenidos a El Muro, con tres añitos!!

Sinceramente:
Ivonne Mancera
Directora Editorial

jueves, 24 de diciembre de 2009

De la serie de cuentos cortos. Ivonne B. Mancera


EL LUNÁTICO



“Balam, los pollos no vuelan”




Todos los jueves era día de tianguis.
Por alguna extraña razón a Balam le gustaba el alboroto de aquellos lugares llenos de gente, de puestos tambaleantes y con olor a Sol mojado. Por ser pequeño, nadie lo veía y todos lo empujaban… sobre todo cuando se quedaba detrás de mamá.

Aquel jueves, Balam fue con mamá al tianguis. En sus cinco largos años de vida, había probado la mayoría de los caramelos sabrosos que tenían en aquella gran dulcería en el interior del mercado.
A Balam le gustaban esas gelatinitas en tubitos pequeños, de distintos colores, que sabían bien sabroso y que siempre lo dejaban queriendo más. Mamá decía que podía disfrutar de uno antes de la comida… papá decía que podía saborear uno después de la comida… entonces, Balam comía dos gelatinitas entubadas cada jueves… y otras dos más mientras se escondía debajo de su cama antes de meterse a bañar.

Ese jueves no parecía distinto, Balam recorrió los primeros pasillos del tianguis con mucho trabajo. Una señora le revolvió el cabello rizado e incontrolable que coronaba su cabecilla, otra señora le dio un golpecillo con la bolsa de mandado que traía la imagen de un puerquito feliz… Balam sabía que no podía estar feliz… los mataban para que él pudiera comérselos.

Un hombre bigotón que decía ser amigo de papá dijo que tenía los ojos rasgados de mamá y la sonrisilla traviesa de papá. A Balam siempre le decían lo mismo sobre su cara… pero él sabía que se parecía a Spider Man.

Después de ir a comprar esas fresas que mamá le servía con azúcar, fueron juntos con un par de bolsas llenas de cosas raras al lugar ese que tanto le desagradaba. Un montón de bocas de pescado y ese olor que le daba asco, asco.

- Ya vámonos

Suplico Balam a mamá, que compraba un poco de filete de pescado.

- Un poco más Balam… espera un poco, luego iremos a la dulcería

La verdad es que Balam amaba los dulces, pero el olor de los muertos esos feos, no era nada agradable. Aparte, enfrente de la pescadería había unas grandes cabezas de puerco, que parecían culparlo por el puerquito que se había devorado la otra semana.

“Papá dijo que no me preocupara, que los puerquitos se pueden comer” pensaba mientras se agarraba de la mano libre de mamá y la apretaba, sin dejar de vigilar a las cabezas colgadas, por si acaso, sólo por si acaso.


Mamá le dio un poco de agua y lo llevo a la dulcería. En ésta ocasión, Balam podía elegir dos bolsas de dulces, para todo el mes. Sus ojillos cafés se abrían ávidamente. Todo, todo le gustaba, quería un poco de ese chilito que le lastimaba la garganta, quería unas paletas con chicle en el centro, quería esos churritos en forma de O que se podía poner como anillos en los dedos y después comérselos.

Pero debía elegir con cuidado, con mucho detenimiento… entonces, cerro los ojos y agarro las primeras dos bolsas que su manita pegajosa tocó. Una bolsa de paletas con chicle en el centro y una bolsa de gelatinas en tubos.

Mamá lo dejaba cargar sus dulces pero nada más… la última vez que Balam se puso necio y cargo la bolsa de las frutas se cayó, se raspo las rodillas y no pudo pintar acostado en el suelo… por dos largos días… dos días sin pintar en el suelo eran un terrible sufrimiento.

Siempre que Balam compraba los dulces sabía que era hora de ir a casa. Mamá se detuvo a ver unas bolsas gigantes… Balam creía que mamá compraría una de esas bolsas para poder cargarlo a él, porque eran enormes.
Fue en ese momento cuando Balam escucho un sonidito extraño. Le recordaba al jardín de su casa, al árbol grande bajo él que papá y mamá se sentaban mientras él jugaba a aventar el pasto. Era el sonido de los pajaritos.

Busco el lugar de donde provenía. Su carita soltó una sonrisa que lo iluminó completamente.
Los piecitos le comenzaron a temblar y quiso correr, pero la mano de mamá no lo dejo.

- ¡¡Mamá, mamá!! ¡Mira esos pajaritos mamá! ¡Quiero verlos! ¡¡Vamos!!

Se acerco a la cajita de cartón medio picoteada y medio apestosilla que contenía todos aquellos animalillos escandalosos. Balam se quiso acercar pero los traviesos comenzaron a brincar.

- Mamá, ¿qué tipo de pajaritos son?
- Son pollos Balam

Eran pollos. Bueno, ahora ya lo sabía… los miró con la sonrisa aun más grande que cuando los escucho. Había de muchos colores, unos rosas, otros azules, otros amarillos y otros verdes.
Mamá agarro uno y se lo enseño a Balam. Era tal vez el pollito más escandaloso de todos los que había en la caja; cerro los ojitos cuando el ave trato de salirse de las manos de mamá.

- No te asustes Balam, no te va a pasar nada
- Si me muerde… me va a salir mucha sangre mami
- No niño… mira

Mamá puso al pollito en el piso… Balam se quedo quieto, quieto. De verdad que si lo picaba le iba a salir mucha sangre pero un niño valiente debía experimentar de todo… eso decía papá y, Balam sabía que papá nunca, nunca, nunca mentía.

Extendió su mano y le tocó la cabecita… era chiquitito y muy suavecito. Balam abrió los ojos y el pollito se le acerco. Era todo verde.
Mamá permitió que Balam se llevara al pollito. Pasaron a comprar una canastita y un poco de pan para darle de comer.

Al llegar a casa, papá ayudo a Balam a hacer una casita de cartón para el pollito. Ahora Balam tenía que elegir el nombre… después de pensarlo mucho, mucho, mucho… decidió que se llamaría: Mostro.

Mostro era muy inquieto, andaba por todo el patio haciendo correr a Balam detrás de él. Balam quería darle gelatinitas pero Mostro no quería… apenas y se dejaba agarrar.
Balam se divirtió mucho todo ese jueves con Mostro… no quería irse a dormir para poder cuidarlo pero el cansancio y los arrullos de papá lo obligaron a cerrar los ojos.

Apenas Balam sintió la luz tocarle los ojos, se levanto, se puso sus pantuflas de Spider Man, se abrigo y salió a ver a Mostro.
Le dio un poco del pan que mamá dejo en la mesa, y le acarició la cabecita… papá dijo que no lo hiciera muy fuerte para no lastimarlo.

- ¡Balam, ven a desayunar!

Grito mamá desde la cocina. Balam entro y se sentó para comer su cereal de figuritas extrañas… la verdad es que nunca sabía que eran pero le gustaban, con leche y sin leche.
Por esos meses muchas urracas se paraban en el gran árbol del jardín haciendo un ruido espantoso… a mamá no le gustaban pero papá decía que debían dejarlas en paz, ellas solas se irían.


Balam las vio un rato mientras desayunaba. Volaban alto, alto y luego caminaban por todo el patio… pensó que Mostro debía aprender a volar… porque a nuestro niño de cabello rizado le encantaban los aviones y quería que Mostro jugara a que era un avión (como papá lo hacía con Balam, cuando se iba a meter a bañar).

Después de cambiarse y luchar con mamá para ponerse las sandalias rojas que tanto le gustaban, salió decidido a enseñarle a Mostro cómo iba a ser un avión.

- Abres las alas, así

Dijo a Mostro extendiéndole las alas… el pollito chilló y se le escapo de las manos llenas de la gelatinita de la mañana. Lo agarro de nuevo y acariciándole la cabeza le dijo:

- Vas a ser un avión

El primer intento fue en el patio… Balam vio en la televisión a un hombre dejando ir un pájaro blanco hacía el cielo. Tomó a Mostro entre sus dos manitas y lo aventó hacía el cielo.

Mostro se cayó sin siquiera abrir las alas. Balam hizo una mueca de desagrado.
La segunda prueba fue en la cocina. Balam se subió a una silla mientras mamá andaba en el patio y lo lanzó desde lo más alto. Ésta vez parecía que Mostro lo iba a lograr, abrió las alas pero…pum, se cayó otra vez de panza.

Balam estaba confundido, enojado y se sentía defraudado, ¿cómo le iba a hacer para que sus soldados volaran bien lejos si Mostro no quería ser un avión?.
La última oportunidad de Mostro debía ser peligrosa, para que hiciera lo que tenía que ser… ser un avión.

Balam lo agarro y lo metió en las bolsitas de su overol azul. Mientras subía las escaleras le platicaba a Mostro su plan:

- Mira Mostro, eres un avión… vamos a tener al ratito una misión secreta, así que necesito que vueles… así como esos pájaros del árbol. Vas a ver que ahorita aprendes, eres muy inteligente

Papá estaba en el cuarto de Balam, arreglando los juguetes en el pequeño juguetero al lado de la ventana.

- ¿Qué haces flaco?
- Mostro es un avión
- Mostro es un pollo Balam

Balam abrió la ventana, saco a Mostro de la bolsa y lo aventó sin pensar nada. Mostro cayó rápidamente e hizo plop contra el suelo. Balam espero a que se levantara. Desde allá arriba le grito a Mostro que era un tonto de verdad porque no sabía ser un avión.

- ¡Balam!

Grito mamá desde el patio, mientras se agachaba a mirar a Mostro, que era ya una calcomanía nada más de un pollo.
Papá se acerco a Balam y lo bajo de la silla desde la que se asomaba al patio.

- Ven acá, te vas a caer chaparro
- Mostro está allá abajo

Papá abrió los ojos muy, muy grandes… miró a Balam que se asomaba por la ventana. Él también se asomo y vio a mamá recogiendo a Mostro con una servilleta larga, larga.

- Balam, ¡Los pollos no vuelan!




- Ivonne B. Mancera

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