OJOS MIEL
Con tu espalda pegada a mi pecho, y tus pies acariciando mis pies: pienso en lo afortunado que soy por tenerte, por contemplar a diario tus ojos color miel.
Acaricio tu nuca, tu cadera, tu vientre húmedo; respiro tu piel, beso tu cuello, cierro los ojos y pienso en los tuyos.
Tal vez mi obsesión me ha llevado a rechazar a otros colores: el azul me adormece, el verde tonto, negros para canciones, cafés de la más grande simpleza; pero el color miel, adorable sensación de placer, como la miel en el café.
Respiro el cabello y la piel de tu nuca, y me elevo, no es posible retenerme en la cama; me elevo y el techo me retiene, pero el aire que entra por la ventana me jala hacía afuera; mi cuerpo busca cómo escapar, seguir flotando, elevarse hasta reventar y caer en la nada: y pienso en la muerte.
Despierto y ya no quiero soñar en tus ojos, quiero verlos, contemplarlos como tantas veces. Susurro tu nombre, y mi voz retumba en la pequeña habitación; vuelvo a llamarte y abres los labios, hablando inteligiblemente. Volteo tu rostro para besarte y ver esos ojos miel, pero los tienes cerrados. Gritas mi nombre, quieres que te ayude, quieres verme, te sacudes; con tus dedos jalas hacía abajo tus mejillas e intentas levantar, inútilmente, los parpados. Me pides que encienda la luz, busco torpemente el dispositivo; tropiezo con los muebles, tiro el café en mis zapatos, enciendo la luz y enfoco mis ojos simples en tus ojos miel; pero no están, han desaparecido, se los ha tragado un par de parpados, unas largas pestañas y un montón de secas legañas.
Daniel Cadena B.
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