Junio 2011, 3er aniversario

Cuando uno crece comienza a preguntarse qué es lo que está haciendo, si lo que hace está bien o está mal, a dónde nos llevan esas decisiones y sobre todo, si estamos a gusto con ellas.

La motivación llega con los resultados. El Muro cumple este mes de Junio de 2011 su tercer aniversario, y nos sentimos sumamente contentas de poder decir que, cada edición es un espejo de nuestros deseos y de nuestros corazones. Cada hoja es fiel a nosotras mismas.

A lo largo de estos tres años hemos enfrentado retos de verdad importantes, también disfrutamos de nuestros triunfos, pero, lo más delicioso es poder conocer y compartir este espacio con gente tan apasionada como nosotras.

Nuestros lectores y colaboradores alimentan a esta publicación y a sus humildes soñadoras que siempre buscan hacer lo mejor para ustedes.

En esta ocasión, no solamente presentamos nuestra fabulosa portada de “gala”, elaborada artesanalmente por las soñadoras y nuestros diseñadores, también nos permitimos presentar, en esta primer hoja, una verdad muy especial… la verdad de ser escritores y seres humanos… en boca de uno de nuestros colaboradores:

Reflexión Primera:
No sé si mis versos formen un poema, y si realmente mis poemas tengan poesía. Yo le escribo al amor en cualquiera de las formas concebidas por el Hombre. Le escribo a la mujer en su grandeza cósmica, madre de todo ser pensante sobre La Tierra.

Escribo para mitigar la cruda antipatía a la vida, y recuperar la luz del sol en mis ojos. Escribo porque para mí, no hay mejor manera de aprender a llorar de alegría.


- Daniel Cadena B.

Soñadoras, colaboradores, lectores… amigos… Muchas gracias por todo el apoyo, desde el fondo de nuestros corazones.

Bienvenidos a El Muro, con tres añitos!!

Sinceramente:
Ivonne Mancera
Directora Editorial

sábado, 21 de agosto de 2010

Los ladrillos en el muro. Por Jesús BrilantiI T.

PAUL GAUGUIN, EL GENIO DE TAHITÍ.

Un pescador de una de las islas Marquesas encontró en una choza descuidada una caja repleta de “unas extrañas pinturas”, las vio tan desagradables que no podía entender en lo absoluto que significado poseían, el hombre aquel por consecuencia optó por arrojarlas al mar. Dicha historia es memorable aun día en tales islas, así como en el mundo entero y se le conoce como: El error del millón de dólares.
Las pinturas pertenecieron algún día a su creador, un francés que llevaba el nombre de: Paul Gauguin.
Gauguin nació en París en el año de 1848, hijo de un periodista y una dama descendiente de una familia acomodada española. Durante su juventud se dedicó por varios años a recorrer los océanos laborando como marinero. El mar le hizo crecer en todo sentido y le otorgó un sueño del cual jamás se podría desprender. En alguna ocasión, un compañero marino le habló acerca de las extremas bellezas que engendraban los mares del sur: un astro padre brillando con toda intensidad, frutas exóticas, mujeres bellas y complacientes, noches impregnadas de majestuosidad ideales para un mundo onírico. Gauguin se fijo todas aquellas imágenes en la mente y nunca se desprendió de ellas.
A los veintitrés años regresó a París, obtuvo trabajo en una casa de corredores de bolsa, ascendió bastante rápido de puesto obteniendo un sueldo de 200,000 francos al año. Viajaba en fino automóvil, usaba sombrero de copa y comía en lujosos restaurantes. Tiempo después se casó con Mette Gad, hija de funcionario danés, y quien daría a Paul cinco hijos. Es por este tiempo que Gauguin conoce a la pintura, su esposa no le tomó la mayor importancia, no se percataba que el descomunal genio estaba despertando.
En alguna ocasión Paul expuso una de sus pinturas, Estudio de desnudo, en la cual había servido como modelo su sirvienta; un crítico de arte opinó que era el mejor desnudo cual se había visto desde tiempos de Rembrandt. Con ello el genio francés comienza a dar más tiempo y espacio a su pintura, a los treinta y cuatro años se retiró del mundo de los negocios para dedicarse de lleno al arte.
En poco tiempo se quedó sin casa, muebles caros, ni posesión alguna. Mette se marchó a Dinamarca a casa de sus padres donde sus hijos tendrían al menos que comer. Paul después de un tiempo la siguió, le dijo que ya no se dedicaría a la pintura, encontró un empleo del cual desertó muy pronto para volver a posesionarse de los pinceles y el lienzo. Regresó a París solo, pero con la gran necesidad de continuar produciendo arte. En la capital francesa vivió en desvanes, vestía andrajos. Después viajo a Pont-Aven, en Bretaña, de esta etapa son famosos sus paisajes desolados y sus mujeres bretonas de rodillas.
Conoció a Theo Van Gogh, por medio de él se conocerían en persona este par de monstruos del arte: Vincent Van Gogh y Paul Gauguin; éste último viajó a Arles para vivir con el primero, la visita culminó en desastre, pues se dio un brutal choque de genios, produciendo un ataque de locura en Van Gogh.
Gauguin regresó a Bretaña, donde pintaba todo el día, y por la noche cuando culminaba su labor, hacía tallados de madera.
Paul en esta nueva etapa pintaba sobre las puertas, paredes, el techo del comedor de la posada donde le habían otorgado alojo, pintaba en sus zapatos, en su ropa.
El público y la mayoría de los críticos se mofaba de la creación de Gauguin, tildaban de “grotesco” su arte; el genio rayaba los cuarenta y dos años de edad sumergido en la vil pobreza. Era el momento exacto para cumplir su sueño anhelado: Marcharse a los mares del sur.
Llegó a Tahití en 1891, alquiló una vieja cabaña, se unió a una joven indígena quien le serviría en varias ocasiones de modelo. Veintisiete meses más tarde regresó a Francia con bastante obra, cuadros extraordinarios, montó una exposición con más de cuarenta y cuatro cuadros, de los cuales sólo vendió unos pocos a un viejo amigo por una suma total de 500 francos.
Abrumado por la crítica, Gauguin regresó al Pacífico Sur a la edad de cuarenta y siete años para vivir los últimos días de su vida sumergido en la miseria y enfermedad, primero en Tahití y después en Hiva Oa. Contrajo una enfermedad venérea para la cual en ese tiempo no había curación, tenía una pierna sumamente hinchada y estaba quedándose ciego. Sufrió bastante sus últimos días; Gauguin escribió: “Espero aquí como una rata en un tonel abandonado a las aguas”.
Solo e inválido Paul Gauguin murió en una choza inmunda en 1903, sólo un lienzo fiel se encontró a su lado, la última pieza que pintó y era un nevado paisaje de Bretaña.
Años después de su muerte, como por lo regular suele pasar, la hipócrita y miserable sociedad comenzó a arrebatarse sus cuadros, encontrados en bares, burdeles y pensiones. El genio los había obsequiado a cambio de una botella de vino, una cama donde pasar la noche, un momento de placer o un trozo de pan.
Me gustaría cerrar este artículo con las siguientes palabras de Gauguin: “Creo que el arte nace de una fuente divina y vive en el corazón de todos los hombres que han sido tocados por su luz celestial. Cuando uno ha probado las delicias del gran arte, se consagra a él inevitablemente y para siempre”.


Jesús Brilanti T.

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