Presenta:
“Pata de perro”
Tengo una gran nostalgia… y entonces me voy a refugiar a los mercados.
Mi familia es grande y muy antigua. A la bisabuela Lala, le gustaba silbar para endulzarles los oídos a todos y entrenar las gargantas de los pajaritos que tanto amaba. Ahora que ella no está, llenan de nostalgia con sus cantos todo el hogar. Le gustaba contar leyendas… de ahí mi amor por narrar historias.
Y el recuerdo del bisabuelo Cristino… parado en la puerta, como soldado, esperando el destino. Mirando a la gente con su silencio imperturbable y sus lentes de armazón ancho. Las tías abuelas con su charla aguda y sus historias de risa, que le hacen a uno doler la panza; con sus cabellos rizados y sus ropas coloridas. La abuela Lourdes, que nunca se cansa y sigue sonriendo, como la mujer luchona que siempre ha sido.
Tengo una gran nostalgia… y entonces me voy a refugiar a los mercados, porque antes todos los jueves era día de tianguis… porque adoraba pasear por los pasillos chuecos creados por los vendedores entre la gente que me aventaba con sus bolsas gigantes y repletas de comida.
Adoraba ver a los cotorritos en sus jaulas de madera de colores, encontrar al señor de los pajaritos que leen el futuro, a la señora que vende las macetitas coloridas y al señor que señala el precio de los libros por su grosor, y no por su importancia literaria. Encontrar el montoncito de Selecciones vendidas a cinco pesos, o la muñequita de porcelana por veinte.
Ver la ropa interior para las muñecas Barbie piratas, comer dulcecitos mientras esperaba a que mamá comprara toda la verdura con aquel señor, que pensé era gigante, porque sobresalía de la montaña de vegetales. Deseando una de esas piñatitas preciosas, para no romperla, sino para guardar mis dulces. Disfrutando del delicioso chocomilk de fresa con sabrosa canela.
Siempre me han impresionado las carnicerías con las enormes cabezas de puerco colgadas en ganchos, los cuerpos de los pollos que todavía guardan un olor fuerte y penetrante, los pescados que miran a las personas con sus ojos impávidos y sus bocas besuconas.
Ahora regreso a esos mercados… pero el tianguis ya no está llenando de ruidos y colores al Mercado Irapuato… ya nada más uno encuentra a los fierreros con sus muñequitos mancos y sus barbies torturadas… con sus peluches lavados y vueltos a lavar. Siguen asustándome esas cabezas gigantes, y haciéndome sonreír como si volviera a los ocho años, ponerle la canela a mi licuado. Me sigue encantando el olor a flores que te recibe para envolverte en esa pasión mexicana.
Los mercados mexicanos son especiales, porque reflejan la identidad de todo el pueblo… porque ahí encontramos nuestras creencias, nuestras ideas, nuestros sentimientos y todas esas conexiones que nos sumergen y nos hacen emerger de nuestra tierra.
Los mercados mexicanos son nuestros desde antes de la conquista de los españoles. En la época prehispánica se colocaban en los principales barrios de la maravillosa Tenochtitlán, vendiendo y comprando hierbas medicinales, comida, animales vivos e ídolos.
Los mercados mexicanos terminan por ser una estampa, un resumen del pueblo mexicano, de un pueblo que ha cambiado los ídolos de piedra por las imágenes de santos y las estatuillas de la Virgen de Guadalupe; que siguen disfrutando de los deliciosos platillos y las platicas con las doñas de las fondas, que presentan la felicidad y la pobreza de nuestra raza.
Y para mí… los mercados siguen siendo un lugar donde recuerdo, donde se me cura la nostalgia… y donde me gusta comprar dulces y puerquitos de barro.
Ivonne B. Mancera
*Dedicado a mis familias (materna y paterna) por su calor, su amor por las historias y esa unión tan especial que siempre amaré. Los amo infinitamente.
Aclaración: Esta “sección” será espontánea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario