Relato breve de la humanidad.
Inició con un grito desesperado. Luego apareció un hombre violento que intentó recordar lo que aconteció y, simultáneamente, quiso saber lo que sucedería.
Acomplejado por no saber lo que pasaba, reconstruyó la historia. El resultado, algo insólito semejante a la desconocida procedencia del destino en donde se juega un todo, que, si no es bien sabido, uno se acostumbra a él negando el camino a la posibilidad.
La sospecha en su rostro amargo, de olvido, dibujó arrugas prematuras en su frágil alma que, en fragmentos, iba desapareciendo.
Ese hombre, solitario que creía estar vivo, está parado frente al mundo intentando decir algo. Las palabras le hacen un guiño pero él no las entiende.
Está es la humanidad: un reflejo en un espejo mortuorio. No es decadencia ni hastío, es el aquí y ahora que no es, no fue, ni será.
Se ha quedado inmóvil y aun podemos escuchar su respiración y su insípido latido. Ya no puede recordar qué fue de él, su verdad son espacios vacíos.
Fin de la ficción.
María G. Barrón A.
*****************************Una palabra
Un nombre no tiene mucho sentido,
un hombre tampoco,
ni una tarde,
ni una noche sin estrellas.
Las sentencias son actos estúpidos,
decisiones apresuradas,
como las miradas
de los hombres tristes;
la contingencia es el pretexto
de esos hombres
y los pocos que quedamos sorprendidos,
los que aun no perdemos la esperanza,
pronto lo haremos;
cada minuto que pasa
las palabras se transforman en eco,
el mundo se disuelve en un suspiro.
María G. Barrón A.
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Muerte
En silencio me despierto
para no molestar a nadie,
los días se van y las noches vuelven,
los ruidos son los mismos de siempre,
los que con mano dura aprietan mi garganta.
Ahogándome en secretos.
La lucha se hace interminable;
impaciente, quiero darme por vencida.
Esperar es para los que no saben
qué es lo que quieren,
yo sé que quiero: quiero la muerte,
el susceptible punto final,
el desenlace de la historia,
una muerte amable y definitiva.
Los días siguen dando vueltas
mi cabeza también.
María G. Barrón A.
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Resurrección
Sí,
las palabras matan
y las pistolas también.
Pero no se precipite,
para todo existe una solución
excepto claro, la muerte.
El remedio: una buena dosis
de frases sin sentido:
Se levantó de entre los muertos
abrió los ojos y dijo adiós.
No, la tumba no tenía mi nombre
pero sé que no fue por casualidad
haber caído.
No juego con las palabras
como dije, ellas matan.
Pero advierto que intuyo lo que digo
la musa está muerta, yo no.
Y usted querido, paciente y amable lector:
¿Se siente ofendido?
María G. Barrón A.
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