EL CINE PARA CONTEMPLAR Y EL CINE SÓLO PARA MIRAR.
Desde muy temprana edad manifesté cierto interés por lo complicado, todo aquello que resultara simple y común para mí, carecía de interés. Si las cosas no son complicadas, no saben, no se paladean, simplemente se degluten y después se excretan para perderse en el limbo.
Crecí y dicha manifestación fue incrementándose hasta que poco a poco construir mi mundo onírico donde me vuelco para crear e imaginar.
Mis gustos son exquisitamente “difíciles” de digerir: mi música, mi literatura, mis historietas, mis pinturas, mis amigos y mis películas; que es a donde deseo llegar en este ensayo. Llegan tan hondamente a marcar una pauta en mi existencia que, por ello, las expreso como “mías”.
Según mi humilde perspectiva, si se mira una película y ésta no deja algo más allá que una docena de carcajadas, un bote de palomitas de maíz y un litro de refresco en el estómago, se ha arrojado el dinero invertido en ella a la vaciedad. Desgraciadamente hoy día, al examinar la cartelera cinematográfica nos topamos con mucho de este tipo de películas que ya están más que listas para digerirse fácil e inmediatamente después desechar; no invitan a la reflexión; no dan pauta a la imaginación; no ofrecen paradigmas de trascendencia. Algunas poseen una cantidad sorprende de efectos especiales, pero su contenido intelectual deja mucho que desear convirtiéndolas en puerilidades.
Si buscásemos respuesta a este producto, sería fácil de encontrar: a la gente ya no le gusta pensar, deseamos todo práctico, inmediato, ya no hay tiempo para ahondar en cuestiones intelectuales, culturales e incluso espirituales; ello es verdaderamente una pena muy lamentable.
Qué terrible es sentarse frente a la pantalla, comenzar a ver una película y de inmediato intuir, teniendo prácticamente la certeza, en que va a terminar el filme. Es simplemente absurdo e ilógico.
Mi gusto por el buen cine se lo debo a una prima, a quien siempre vi como mi hermana por el lazo afectivo que se ha mantenido entre ella y yo, siendo ella mayor por algunos años, me guió indirectamente por el buen sendero cinematográfico. Ella es amiga y cliente del mitológico Heladio “el Barbas”; importante y destacado personaje en la cultura under del Distrito Federal; este individuo enriqueció por décadas a decenas de cinéfilos quienes sábado a sábado se daban cita en el legendario Tianguis Cultural del Chopo para adquirir un filme de cine de arte, cine alternativo o transgresor.
Qué delicia paladear una cinta que invita a la reflexión, a pensar, y que a final de cuentas nos deja un mensaje, una emoción o sentimiento que permanece en nuestra memoria por siempre. Una buena película invariablemente nos acerca al mundo contemplativo, y es precisamente la contemplación la que nos inunda el espíritu siendo en él donde radica todo sentido del arte.
Aquí es donde encontramos una gran diferencia entre el cine comercial y el cine de alternativo; el primero fue diseñado para mirarse, el segundo para contemplarse.
El éxtasis que se puede sentir correr por debajo y encima de la piel cuando apreciamos un filme alternativo y que, por más empeño imaginativo que coloquemos en él, intentando descifrar qué seguirá en los minutos consecutivos, no podamos dar con el resultado final, sino que, a manera de barco en la tormenta, la historia nos golpee duramente el raciocinio y nos lleve a la deriva, sin imaginar, ni siquiera un poco cerca, el final de la película en cuestión.
Algunas obras fílmicas de está índole requieren observarlas más de dos veces para captar un poco más de su significado, otorgándole un valor más allá de una simple película.
Pero, ¿cómo adquirir buen cine en esta ciudad? Es increíble como en esta “era de la tecnología y las comunicaciones” teniendo todo tan cerca, estemos tan lejos de la cultura, tan lejos de llegar a manifestarnos como seres humanos; que seamos un producto más de la cultura de masas, absorbidos y devorados por el consumismo bárbaro de nuestro tiempo, que nos mutila y manipula a su antojo.
No existen pretextos hoy día para acercarse a la cultura, que no se desee, es punto y aparte.
En esta ciudad, en conocida plaza comercial, existe una famosa y grande tienda de música, donde hay gran variedad de películas y en ella una sección dedicada al cine de arte, los precios oscilan desde los cuarenta pesos hasta más de cien pesos. Cantidades que no significan nada comparados con lo que se gasta en un fin de semana en un “antro” o en una visita a las salas de cine.
Por último, cierro este ensayo con una crítica de Umberto Eco: “La cultura de masas no fomenta la reflexión, alimentando emociones superficiales e inmediatas; estimula una perspectiva pasiva y poco crítica; propicia el conformismo”.
A Gely Brilanti.
Por Jesús Brilanti T.
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