“El Músico que talvez no existió”
Era de mañana en la plaza, la gente era poca y el frío se sentía a través de las chamarras.
El músico toca sus vacilantes notas, su cara refleja tristeza y un poco de desesperanza; al paso de las notas parece envolverse en un éxtasis angelical.
Los niños bailan al ritmo de las notas, pero las risas, así como las notas, se las lleva el viento. Las personas que rodean aquel ritual se arriman para buscar calor, pero no miran nada, nadie percibe al músico, a la persona que está debajo del sombrero y de esa ropa, un poco gastada y sucia.
El músico toca una canción de notas invernales, sus sentimientos se deslizan sobre ella y bailan con dolor. Pero al ver que la gente comienza a sentir su dolor y sus rostros parecen estar sintiendo tristeza, el músico comienza a tocar canciones de letras primaverales, por que recuerda que él sólo existe en el mundo por el anhelo de llevar un poco de magia y felicidad a las personas que se encuentran a su alrededor. La verdad es que ya no siente y sólo se deja a la intuición y a su percepción, analizando lo que está en el corazón y en el alma.
Las campanas del santuario comienzan a sonar para llamar a misa a los pocos feligreses que pasan por la plaza del centro. La música se va alejando con el ruido y con el viento que comienza a soplar más fuerte, levanta la basura que hay tirada y una que otra falda de las señoras que están ahí paradas; todos empiezan a caminar y otros a correr, el músico sigue tocando pero nadie lo escucha ya, se queda solo en su pedazo de plaza, en sus ojos se perdió la chispa de vida que existía cuando tocaba unos minutos atrás, recoge el estuche de su saxofón, guarda aquel mágico instrumento, se cierra un poco la gabardina color café, vieja y gastada, y se marcha, camina hasta la esquina para atravesar la avenida y, entre la gente, desaparece.
Yo escucho esa música a lo lejos, quisiera saber de donde viene, me paro de donde estoy sentado y me muevo hacía adelante, luego regreso sobre mis pasos buscando al músico que pareciera haber regresado.
Yo todavía traigo puesto mi Ipod, acaba de comenzar una canción que me gusta más. No logro ver nada, empiezo a perder el interés, las personas pasan platicando y muy absortas en sus pensamientos, nadie parece escuchar esa música misteriosa que arrastra el viento.
Nadie sabe ya nada del músico, y yo comienzo a olvidarlo.
El músico toca sus vacilantes notas, su cara refleja tristeza y un poco de desesperanza; al paso de las notas parece envolverse en un éxtasis angelical.
Los niños bailan al ritmo de las notas, pero las risas, así como las notas, se las lleva el viento. Las personas que rodean aquel ritual se arriman para buscar calor, pero no miran nada, nadie percibe al músico, a la persona que está debajo del sombrero y de esa ropa, un poco gastada y sucia.
El músico toca una canción de notas invernales, sus sentimientos se deslizan sobre ella y bailan con dolor. Pero al ver que la gente comienza a sentir su dolor y sus rostros parecen estar sintiendo tristeza, el músico comienza a tocar canciones de letras primaverales, por que recuerda que él sólo existe en el mundo por el anhelo de llevar un poco de magia y felicidad a las personas que se encuentran a su alrededor. La verdad es que ya no siente y sólo se deja a la intuición y a su percepción, analizando lo que está en el corazón y en el alma.
Las campanas del santuario comienzan a sonar para llamar a misa a los pocos feligreses que pasan por la plaza del centro. La música se va alejando con el ruido y con el viento que comienza a soplar más fuerte, levanta la basura que hay tirada y una que otra falda de las señoras que están ahí paradas; todos empiezan a caminar y otros a correr, el músico sigue tocando pero nadie lo escucha ya, se queda solo en su pedazo de plaza, en sus ojos se perdió la chispa de vida que existía cuando tocaba unos minutos atrás, recoge el estuche de su saxofón, guarda aquel mágico instrumento, se cierra un poco la gabardina color café, vieja y gastada, y se marcha, camina hasta la esquina para atravesar la avenida y, entre la gente, desaparece.
Yo escucho esa música a lo lejos, quisiera saber de donde viene, me paro de donde estoy sentado y me muevo hacía adelante, luego regreso sobre mis pasos buscando al músico que pareciera haber regresado.
Yo todavía traigo puesto mi Ipod, acaba de comenzar una canción que me gusta más. No logro ver nada, empiezo a perder el interés, las personas pasan platicando y muy absortas en sus pensamientos, nadie parece escuchar esa música misteriosa que arrastra el viento.
Nadie sabe ya nada del músico, y yo comienzo a olvidarlo.
Gabrielle Vallejo M.
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